Gaspar de Lillo
Andaba el tiempo pasando sus días, allá hacia finales del siglo XVI, cuando un estudiante de nuestra universidad se preocupaba por llevar a rajatabla sus gastos diarios que, por otra parte, no debían ser pocos.
El tal estudiante era conocido por el nombre de Gaspar de Lillo y, aunque de familia con dineros, no por eso dejaba de atender al doloroso trance de comprobar cuán poco duraba su capacidad económica.
Tenía Gaspar por gorrón o criado a un pobre estudiante llamado Andrés que, como podemos suponer, ayudaba, con imaginación y altruismo, a que su señor acabara pronto con el vil metal. No sabemos si por el poco interés que despertaba en Gaspar la asignatura de Lógica (parte de los estudios de filosofía) o simplemente por ahorrar papel, el caso es que se dedicaba a anotar su gastos en los márgenes de un ejemplar nada menos que de las “Questiones logice”, escritas por el catedrático de la universidad Pablo Coronel: “ De lo que io, Gaspar de Lillo, e gastado de ducientos reales que me enbio mi padre a 2º de Noviembre: primeramente di a los Fernandez doce reales que me pidieron prestados. Mas di a Andres quatro reales que le debia, porque merco unas calças para sí. Mas di a la ama nuebe reales: seis para este mes, i tres que le debia del mes pasado. Mas di a Andres dos reales, vno para vnas Leis de Toro, i otro que me tomó sin que yo lo biese. Mas gasté para mi en quitarme el cabello. Mas di a la panadera vna anega de trigo, con que la di diez y seis anegas de trigo; gaste desde dinero seis reales, porque los once reales i medio debiame el Comendador, porque le abia dado para diez y seis anegas…”
Duro trabajo este de Gaspar al tener que comprobar lo rápido que se le iba el dinero, pero que al menos nos sirve para mostrarnos una parte del día a día de los jóvenes que eligieron Alcalá como lugar de estudio. Los estudiantes y su no tan dulce vida fueron protagonistas de mil y una historias, apareciendo, normalmente, como seres pícaros, divertidos o estudiosos, además de aficionados a las comedias, al buen vino o a la buena mesa. Doctores, en la mayoría de los casos, en el arte de apañarse para intentar ir viviendo, inventaban triquiñuelas a la espera, por ejemplo, como en el caso de Gaspar, de la ansiada llegada de un “plus” en los dineros que el padre les había dado al principio del curso. Y si no llegaba, o si se quedaba corto, siempre quedaba la posibilidad de las risas y la camaradería, cantando todos juntos coplas llenas de ironía y sentido del humor: “Al padre cruel y fiero/ que al hijo que está estudiando/ no envía de cuando en cuando/ el “plus” con el arriero,/ para que volver no pueda/ en sí de error semejante,/ la mano del estudiante/ caiga sobre su moneda.”
Las mujeres de Alcalá
¿Y qué contar de las mujeres? También ellas ocuparon gran parte de la atención de los jóvenes que venían a estudiar a Alcalá. Enamoradas y enamorando a los discretos y desprevenidos estudiantes con mil hechizos de los que casi era imposible escapar. Historias de enamorados no faltaron a los cronistas universitarios. Algunas tan famosas como aquella que a punto estuvo de hacer desaparecer la propia Universidad. Ya desde el inicio de la fundación cisneriana, las relaciones entre los estudiantes y los jóvenes de Alcalá no fueron precisamente amistosas. Los enfrentamientos de todo tipo eran constantes y en más de una ocasión pusieron en serio peligro la permanencia de la Universidad en la ciudad.
Una de las peleas más sonadas ocurrió a los pocos meses de morir el cardenal Cisneros y tuvo que ver con el desdichado amor de un desafortunado galán. Rondaba el invierno del año de 1518 y, como era lógico, en la plaza del Mercado (Cervantes) hacía un frío de espanto, circunstancia que parece no importó a un joven de la entonces villa de Alcalá, conocido como Arenillas, a la hora de mostrar sus dotes de galanteo ante una bella muchacha que vivía en el lugar. Todo parecía transcurrir con calma y sosiego, hasta que la mala fortuna hizo que por allí pasara un pariente de la joven enamorada, llamado Carrillo, que además era servidor o fámulo en el Colegio Mayor de San Ildefonso. Carrillo, sintiendo que el honor de su familia estaba siendo mancillado, tuvo a bien reprender duramente la conducta del alcalaíno, obteniendo como única respuesta el que Arenillas desenvainara su espada. La reacción del joven criado de la universidad, al ver ante sí el fiero metal, no pudo ser más lógica, empezando a gritar “¡favor al colegio!”, que era el grito utilizado por los colegiales en caso de apuro. Y como no podía ser de otra manera, dio resultado, haciendo que una gran muchedumbre de estudiantes apareciera en la plaza, dispuestos a demostrar sus habilidades en el arte de la esgrima y en el de pegar pescozones.
Antigua iglesia de Santa María la Mayor
El caso es que el pobre Arenillas, al verse acorralado por tan intelectual turba, no tuvo más remedio que gritar “¡favor a la villa!”, “¡a mí los vecinos!”. El resultado no pudo ser otro: la plaza se llenó de alcalaínos dispuestos a defender a su convecino, armándose tan atroz pelea que parecía peligrar hasta la propia iglesia de Santa María. Y encima, la mala suerte hizo que pasando por allí un fraile del convento de la Merced, en vez de intentar pacificar los ánimos, se pusiera a favor de los estudiantes, agarrando un pañuelo que utilizó como honda y arrojando tal pedrada a un pobre armero, llamado Ramírez, que le dejó muerto en el acto. Ni siquiera el Consejero del Colegio, que acertó a pasar por allí, pudo poner paz, llevándose más de una pedrada, a la vez que amenazaba a los contendientes en nombre del rey. Al final, y tras multitud de heridos, todo acabó por calmarse gracias a que el Rector Carrasco tuvo la ocurrencia de sacar el Santísimo de la parroquia de Santa María, lo que hizo retroceder a ambos bandos e irse cada uno por su lado.
El resultado de tan gran pelea fue que los alcalaínos, artos, según ellos, de la chulería y prepotencia estudiantil, amenazaron con pegar fuego a la Universidad si se repetía una situación parecida. La respuesta del claustro de la Universidad fue, a su vez, el comenzar a tratar sobre el posible traslado de la institución a otro lugar. Las reuniones claustrales se sucedieron, llegándose a la firme decisión de llevar la Universidad a Madrid. Se encargó de los trámites el famoso catedrático Pedro Ciruelo que, a pesar de sus eficaces gestiones, se encontró con la total oposición del gobernador de la villa de Madrid, Francisco de Prado, argumentando éste que la llegado de tan turbulenta e impetuosa gente dedicada al estudio podía entorpecer, entre otras cosas, el que los reyes eligieran la villa como Corte de sus reinos.
Lo cierto, es que este grave suceso parece que hizo recapacitar a ambas partes, permaneciendo la Universidad en nuestra ciudad y haciendo que desde entonces tanto estudiantes como alcalaínos vivieran en relativa concordia, sacando todos ellos beneficios a la fundación cisneriana.
Guzmán de Alfarache
Más tarde, hacia finales del siglo XVI, pasaría por Alcalá, gracias a la imaginación de su creador, el gran escritor Mateo Alemán, un pícaro estudiante llamado Guzmán de Alfarache. Y también él, por supuesto, acabaría por sucumbir a los encantos femeninos, viéndose ante el grave dilema de seguir los pasos del amor o el de las letras: “De esta manera, con estos entretenimientos, proseguí mi Teología, y cuando cursaba en el último año, ya para quererme hacer bachiller, mis pecados me llevaron un domingo por la tarde a Santa María del Val. Romerías hay a veces que valiera mucho más tener quebrada una pierna en casa. Esta estación fue causa y principio de toda mi perdición. De aquí se levantó la tormenta de mi vida, la destrucción de mi hacienda y acabamiento de mi honra. Salí de mi casa con sola intención de visitar esta santa casa. Hícelo y al entrar en la iglesia vi un corrillo de mujeres y entre ellas algunas de muy buena gracia…”
En fin, cosas de aquellos estudiantes que, a pesar de los pesares, también estudiaban y además mucho. Porque no sólo las teologías, filosofías, latines y demás doctrinas ocuparon las mentes de los colegiales de Alcalá. También las preocupaciones, las peleas, los juegos, el amor y el ir viviendo lo cotidiano formó parte de su mundo.
Y como andamos de recreo y diversión, lo mejor es acabar recordando parte de un curiosa y simpática poesía, dedicada, en el siglo XVII, por el maestro en Artes y popular poeta Manuel de León Marchante al bello y solicitado retrato de una muchacha de Alcalá: “Niña, por los Colegios/ va tu retrato;/ Ven, Marica, conmigo,/ toma tu manto:/ Y si el manto no quieres/ tomar, Marica,/ A los Teólogos pide/ Su mantellina.”
Enrique M. Pérez
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