Así se desprende de un estudio llevado a cabo por un Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA) liderado por Mª Ángeles Galindo Pellicena (Museo Arqueológico Regional/Fundación General de la Universidad de Alcalá; Universidad Complutense de Madrid–Instituto de Salud Carlos III) y Nuria García (Universidad Complutense de Madrid).
Mª Ángeles, ¿qué hallazgos evidencian que en Atapuerca comían perro?
Una parte de la Paleontología estudia la identificación de los fragmentos de hueso que encontramos en el yacimiento, es decir: la identificación anatómica y; la identificación del animal al que pertenecían: la identificación taxonómica. Para ello, los especialistas necesitamos conocer anatomía animal y nos ayudamos de colecciones de esqueletos actuales y atlases de anatomía. Así es cómo reconocemos los huesos que pertenecen a perro.
Otra parte de esta disciplina, denominada Tafonomía, es capaz de inferir lo que le ha sucedido a ese animal a partir de las marcas que encontramos sobre los huesos. En el caso de los perros de El Portalón (Atapuerca), nuestra compañera Nohemi Sala, investigadora del CENIEH y especialista en esta disciplina, ha realizado un estudio detallado de las marcas identificadas en los huesos, teniendo en cuenta el patrón de fractura, las marcas de corte, las marcas de dientes humanos sobre los huesos y la alteración por fuego. Todas ellas nos indican el consumo de estos animales.
¿Por qué ese animal?
Consumían este animal porque lo tenían. Está claro que en el yacimiento de El Portalón consumían la tríada doméstica típica: los ovicaprinos (ovejas y cabras), cerdos, vacas… Los restos de perro recuperados son mucho menos frecuentes que el resto de animales domésticos, pero también lo consumían, de una manera esporádica aunque continuada en el tiempo, quizás debido a momentos puntuales de hambruna, ritual o como una exquisitez.
¿Es el mismo perro que conocemos ahora?
Hay que tener en cuenta que las razas de perro surgen mucho más tarde en el tiempo (durante época romana) y la variabilidad y diversidad de perros que vemos ahora no han existido siempre. La domesticación y en este caso concreto, el capricho humano o la necesidad han hecho que el perro tenga diferentes formas y tamaños, ya que en el comienzo de la domesticación del lobo (la forma salvaje del perro), la forma doméstica tenía una aspecto similar al lobo (perro lobo, podríamos decir) aunque de un menor tamaño, seleccionado por su docilidad y su aspecto infantil. Esta selección artificial del lobo comenzó hace unos 16.000 años, y dio paso a su posterior domesticación, siendo este el animal en el que primero se logró. Probablemente, durante el Neolítico (entre 7000 y 4500 años de antigüedad) el aspecto del perro de El Portalón fuese más parecido al de un lobo, aunque este precisamente es un tema que está en estudio, liderado por la especialista en carnívoros Nuria García, profesora de la UCM, y también responsable de este trabajo.
¿Qué importancia tiene este hallazgo? ¿Se han encontrado pistas parecidas en alguna otra excavación de la época?
Durante mi tesis, dirigida por Juan Luis Arsuaga (codirector de los yacimientos de Atapuerca), que finalicé en 2014, ya observé evidencias de consumo por parte de humanos (al menos marcas de corte y alteración por fuego) en los huesos de perro recuperados en niveles del Calcolítico (de 5000 a 4000 años de antigüedad) y la Edad del Bronce (entre 4000 y 2000 años) en El Portalón. Sin embargo, aunque el perro en muchos yacimientos peninsulares de estas mismas cronologías tiene un uso funerario y se encuentran esqueletos completos (o casi) acompañando a los muertos, el consumo también es relativamente habitual en determinadas zonas de la Península Ibérica, sobretodo en el período de la Edad del Bronce. Así que, bajo la tutela del director del yacimiento José Miguel Carretero, decidimos esperar a excavar los niveles más antiguos para ver si esto sucedía también en el Neolítico y realizar un estudio más detallado.
Los resultados del estudio publicados en la prestigiosa revista Archaeological and Anthropological Sciences, confirmaron nuestras sospechas a partir de la identificación de marcas antrópicas sobre hueso de perro que evidenciaban su consumo en el Neolítico, algo muy poco frecuente en los yacimientos peninsulares, con excepciones como el yacimiento de El Mirador, también en la sierra de Atapuerca y localizado en las proximidades de El Portalón.
En definitiva, lo que hace singular este estudio es que las pruebas de cinofagia (marcas de corte, mordeduras, raspados…) se han localizado en todos los niveles del yacimiento demostrando que se trata de una práctica quizá esporádica, pero sostenida a lo largo del tiempo, estando además las evidencias del Neolítico entre las más antiguas conocidas en la Península junto con las de otro de los yacimientos de Atapuerca. El Portalón es una ventana abierta al pasado, con una continuidad estratigráfica excepcional que ilustra cada una de las épocas culturales de la Prehistoria reciente (desde el Neolítico a la Edad del Bronce). Con el estudio de los restos óseos de los animales que encontramos, alcanzamos a conocer la estrategia de subsistencia de sus habitantes, su dieta y la relación que tenían con sus animales, y como estas estrategias han evolucionado a lo largo de 7000 años.
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