Se trata de una obra genial de un artista genial, al frente de la cual figura como comisario uno de los nombres de mayor relieve artístico de nuestro país como es el filósofo y crítico de arte José Jiménez. Un trabajo excepcional que sin duda dejará huella en la ciudad complutense y en los amantes del arte con mayúsculas que visiten la exposición.
Esta exposición forma parte de la programación anual de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Alcalá de Henares y comparte protagonismo con otras exposiciones singulares que coinciden en el tiempo: Los Quijotes de Mingote y Navia Fotografías 1991-2006, en las salas del Antiguo Hospital de Santa María la Rica y Puerta de América-PHotoEspaña, muestra urbana dentro de la programación del festival internacional de fotografía.
Para el Ayuntamiento supone todo un lujo disfrutar y contemplar la producción de toda una carrera artística de tres maestros internacionales en sus géneros: Diego Moya, Antonio Mingote y José Manuel Navia.
Precisamente resaltamos algunos de los párrafos que el comisario de la muestra ha firmado en el catálogo de la citada exposición.
Diego Moya
Su nombre expresa un denso itinerario, una ya larga, y muy consistente, trayectoria artística, que tiene sus inicios a comienzos de los pasados años setenta y llega hasta ahora mismo, con esta exposición que permite apreciar la intensa madurez de su obra, de su equilibrio entre dos mundos, entendiendo esta última expresión en más de un sentido. Dos continentes, dos tradiciones culturales, y también dos ámbitos: espíritu y materia, que en todos los casos se funden y sintetizan.
PIELES (fragmento) – Políptico de pasta de papel e impresiones digitales – 2,45 x 6,50 m. aprox.
Esa dimensión, a la vez intra y extraterritorial, tiene su punto temporal de origen en 1991, el año en que Diego Moya comienza a vivir entre Asilah (Marruecos) y Madrid… En ese sentido, creo que se podría trazar un hilo de continuidad en el despliegue de sus propuestas artísticas, que se podría situar en su voluntad de hacer hablar a la materia.
Lo que ahora vemos en las obras que Diego Moya presenta en esta exposición, La piel de la tierra, surge a través de un proceso de restitución, que hay que situar en el contexto de lo que en el arte contemporáneo se llama land art [arte de la tierra]. Un planteamiento que va más allá de la réplica imitativa de la naturaleza de la tradición clásica, o de la pintura de paisaje, para proponer la inscripción y el diálogo humanos con lo natural. Y que en Diego Moya supone inscripción y diálogo con el ámbito de donde procedemos, a través de una especie de “retorno geológico”, de un buceo en la memoria que el curso del tiempo depositó como huellas en el cuerpo material de la tierra.
Porque se trata de ir verdaderamente hacia atrás en el tiempo, y eso es lo que persigue Diego Moya con sus imprimaciones sobre las telas y el papel superpuestos a las rocas ancestrales de las playas y acantilados en Asilah. Ahí brotan, en la imagen, las marcas del mundo. Las reverberaciones de los cuatro elementos naturales que constituyen el orbe.
Rocas ancestrales. Registros ígneos, configurados por la acción geológica, a lo largo del tiempo. Millones de años de edad. Las marcas que aparecen en las superficies de esas rocas son, así, como las huellas o trazos, silenciosos e inconscientes, del proceso de formación de nuestro planeta. Forman una piel, de intensas resonancias pictóricas, superpuesta a la tierra, la naturaleza, en su vida silenciosa de millones de años.
En esas rocas leemos nuestra “inscripción” en el cosmos, podemos ver las estrellas, sentir el universo entero y volcar su reflejo en el diálogo de la construcción plástica. Porque la materia también “habla”, también “tiene su utopía”, como igualmente subrayaría Ernst Bloch (1972). Un impulso que yo identifico con un impulso, no consciente, de realización, que se plasma en la expansión, proliferación y diversificación de la vida, y que deja por ello sus huellas en lo inerte.
Superponiendo telas o papel sobre las piedras, produce improntas: imágenes que nos transmiten una “escritura” cifrada, precisamente porque son imprimaciones directas de las superficies de esas piedras, que nos conducen así, directamente, muchos millones de años hacia atrás en la edad de la tierra.
Hay en ello, además, una voluntad, explícita y consciente, de poner en relación esos registros ancestrales de la memoria de la tierra con la memoria digital de la cultura de hoy. Y en ese sentido Diego Moya (2009) ha acuñado, para caracterizar su trabajo, los términos “gigabytes” y “terabytes de piedra”, que en el primer caso describe con estos términos: “Sedimentos de arenas de sílice de muy diferentes densidades que fueron formando esos estratos que hoy admiramos, y que actúan como millones de gigabytes de memoria almacenados a perpetuidad allí, guardando su secreto.” Como es de conocimiento general, los gigabytes son unidades de memoria utilizadas en informática, cuyo soporte físico es una lámina, precisamente de silicio, que constituye un chip.
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