Nos tenemos que remontar a la Edad Media para encontrar los orígenes del Ayuntamiento de Alcalá de Henares. Por aquellos tiempos, la entonces villa tenía un concejo abierto, es decir, todos los vecinos podían acudir y eran convocados con el toque de campanas. Las reuniones se celebraban en la iglesia de San Justo (Magistral) o la cercana ermita de Santa Lucía.
Esto fue así hasta 1515, año en el que el Concejo se convirtió en cerrado, es decir, compuesto por unos concejales y un regidor, y se trasladó a unas casas al final de la calle Mayor, en la hoy desaparecida plaza de la Picota. Por cierto, esta antigua plaza, que se encontraba aproximadamente hacia el centro de lo que hoy es plaza de los Santos Niños, conservó, hasta su desaparición en este siglo, la picota o poste donde eran ajusticiados los condenados a muerte.
Entre 1608 y 1609, el arquitecto alcalaíno Sebastián de la Plaza hace unas casas para el Ayuntamiento en la plaza de Cervantes (todavía hoy se conserva un escudo de la ciudad en una de las columnas del lado oeste), frente al desaparecido Arco de la Universidad, en las que va a permanecer hasta el siglo XIX.
En 1858, la Junta Revolucionaria Municipal encarga un proyecto para transformar el antiguo colegio-convento de San Carlos Borromeo o Agonizantes, situado en la plaza de Cervantes, en Ayuntamiento y Cuartel de Caballería.
Este hecho se relaciona con el proceso de transformación y cambio de uso iniciado en los antiguos edificios universitarios tras el traslado de la Universidad a Madrid y la promulgación de las leyes desamortizadoras.
El proyecto no se realizó y se sucedieron otros, como el de 1870, del arquitecto Cirilo de Vara y Soria, que pretendía establecer en el antiguo edificio, además de la Casa Consistorial, la Milicia Nacional y tres escuelas para niños y niñas.
Pero, como la idea de usar el convento de Agonizantes para albergar la principal institución de la ciudad estaba clara, a los pocos meses, siguiendo en parte el proyecto anterior, se comenzó a realizar la definitiva reforma y acondicionamiento del edificio, que no se va a terminar hasta 1875.
Se mantuvo la estructura general del convento en torno a un patio cuadrado, aunque transformándose debido a su nuevo uso, y la iglesia se dividió con forjado por la mitad.
La fachada, reformada hacia 1928 según el proyecto del arquitecto José de Azpiroz, sigue el estilo de moda en la época, el ecléctico, conjugándolo con un cierto aire neoclásico.
Todo un museo
Esta casa común de todos los alcalaínos es, a la vez, un auténtico museo lleno de recuerdos sobre la historia de la ciudad. En la primera planta se encuentran las salas más nobles del Ayuntamiento, entre las que destaca el Salón de Plenos, que corresponde a la segunda planta de la dividida iglesia del convento. Tal y como hoy lo vemos, es obra de Adolfo Fernández Casanova, acabada en 1875.
Está decorado con estucos de yeso imitando mármol, en un estilo muy decimonónico. Rodeando la sala encontramos seis medallones que recuerdan a personas importantes en la historia de la ciudad: Cervantes, Cisneros, el historiador de Indias Antonio Solís, el arquitecto universitario Pedro Gumiel, Antonio de Nebrija y el héroe de la guerra de Independencia contra los franceses Juan Martín “El Empecinado”.
Este último fue el protagonista del mayor “choque bélico” producido en la ciudad contra las tropas francesas. Ambos partes midieron sus fuerzas en una batalla, cerca del puente de Zulema, que no pasó de ser una simple escaramuza y que tuvo como resultado el que se dieran tres muertes por cada bando.
También aparecen una serie de escudos, entre los que sobresale el de Cisneros. Presidiendo el salón, encontramos un retrato del rey Juan Carlos I, pintado en 1993.
La segunda estancia en importancia posiblemente sea la de Junta de Gobierno, lugar donde se reúne el equipo de gobierno municipal. Llama la atención el gran repostero con baldaquino del siglo XVII, que perteneció al marqués de Bedmar (embajador español en Venecia durante el reinado de Felipe III).
Frente a la puerta de entrada y tras una reja moderna, realizada por Jesús Prades, encontramos los dos elementos más importantes de la sala: un facsímil de la partida de bautismo de Cervantes (el documento original también se conserva en el Ayuntamiento) y una edición completa de la Biblia Políglota Complutense.
San Bartolomé
Sobre la reja, un cuadro que representa a San Bartolomé, copia de Ribera, nos recuerda que alrededor del día de este santo siempre han comenzado las ferias y fiestas alcalaínas.
El origen de la más importante celebración no religiosa de Alcalá hay que buscarlo en la Edad Media, cuando el rey Alfonso VIII de Castilla, a petición del arzobispo de Toledo Gonzalo Pérez, concede un privilegio, en marzo de 1182, por el que se permitía la celebración de una feria agrícola y ganadera de diez días de duración después del domingo de Quasimodo (el siguiente a la Pascua de Resurrección).
Posteriormente, Alfonso X la trasladará hacia el día de San Bartolomé, dando origen al tradicional período festivo de la ciudad.
En una vitrina, se guardan recuerdos, como monedas antiguas y conmemorativas, el Libro de Oro de la ciudad, actas de hermanamiento con otras ciudades y una interesante espada alemana del siglo XVI, regalo de Manuel Mateo, en 1874, para que apareciera como atributo militar en todas las fiestas en honor a Cervantes.
Despacho del Alcalde
Pero si hay un lugar en el Ayuntamiento de espacial valor simbólico, éste es sin duda el despacho del Alcalde de la ciudad. Se encuentra magníficamente decorado con una muy buena colección de pintura.
Destacan dos tablas flamencas, de finales del siglo XV o principios del XVI. Una representa a la Virgen amamantando al niño que, aunque de autor anónimo, se relaciona con el maestro de la capilla de don Álvaro de Luna en la Catedral de Toledo y, según Elías Tormo, con Juan de Segovia o Sancho de Zamora. La otra tabla, de menor calidad, está dedicada a la adoración de los Reyes.
Ambas proceden del desaparecido hospital de Santa María la Rica. Más moderno, de 1892, es el cuadro pintado por Félix Yuste, con claro carácter costumbrista, que representa la procesión de las Santas Formas saliendo de la Magistral.
Del siglo XIX es también el cuadro en el que aparece Felipe III de Francia ante sus hijos. Fue pintado por Antonio Ferrán y se encuadra dentro del historicismo propio de la época, aunque utilizando elementos anacrónicos como, por ejemplo, el de situar arquitectura arabizante.
En el pasillo desde el que se accede a las distintas salas encontramos una valiosa y variada colección de objetos y obras de arte. Cerca de la entrada a la Sala de Comisión de Gobierno, aparece un cuadro de Isabel II niña y, enfrente, otro de la misma reina algo mayor, obra de Manuel de la Roca de 1846. Cerca, un gran óleo representa a la reina regente María Cristina, pintado por Manuel Laredo.
Dentro de una vitrina del siglo XIX, de estilo rococó, está colocado un estandarte, de la ciudad, en terciopelo y seda roja y bordado en oro y plata, de época de Isabel II. Tiene dos caras: en el anverso aparece el escudo de Alcalá flanqueado por una rama de laurel (la gloria) y otra de roble (la fuerza).
Es un escudo parlante en el que aparece representado un castillo (Alcalá en árabe significa «la fortaleza») sobre aguas que simbolizan el río Henares. Está timbrado por una corona abierta de los infantes de Castilla, posible recuerdo del nacimiento en la ciudad de príncipes como Catalina de Aragón o Fernando de Austria. En el reverso, se encuentran las armas reales. Por el travesaño, se introducía una vara que servía para que fuera llevado por un macero a pie o a caballo.
Debajo, está situado el antiguo y curioso “Arcón de Fondos” del Ayuntamiento, donde se guardaban los documentos originales de más valor y el dinero. Está blindado y conserva un sorprendente y seguro sistema de cierre, formado por varillas de hierro que en realidad no servían para cerrar nada porque únicamente tenían una función disuasoria, y tres llaves, que estaban en posesión del alcalde y de dos regidores.
Repartida por diversas vitrinas, encontramos una buena colección de objetos curiosos, como las pesas y medidas utilizadas desde el siglo XIX (un decalitro, un recipiente para medir el grado alcohólico, otro para medir el agua en la leche, etc.).
Son muy interesantes los tres grandes cuadros que también decoran el pasillo. El titulado «Cervantes y sus modelos», obra de Ángel Lizcano (1846-1929), es un depósito del Museo del Prado. «A la guerra» es un cuadro del valenciano Alberto Plá y Rubio, de 1895, en el que se escenifica la despedida de la tropa en la estación de Valencia. Y, por último, el que se suele titular «Estos son mis poderes», obra de Víctor Manzano, realizada en 1864, de clara temática historicista, en la que aparece Cisneros mostrando desde una ventana su ejército a un grupo de nobles que se querían sublevar.
Alcalá de Henares, una ciudad
Y para acabar, no podemos olvidarnos de unos objetos que se convirtieron en el símbolo de uno de los sueños más deseados por nuestros antepasados: el de recuperar el título de ciudad que poseyó la ciudad en época romana.
Gracias al esfuerzo de dos alcalaínos, llamados Diego Torres de la Caballería y Diego de Anchía, Alcalá tuvo tal categoría a partir del 5 de mayo de 1687.
Desde entonces se le dio el tratamiento de señorial, pudo levantar pendones a los nuevos reyes y consiguió el derecho a usar cuatro maceros en los actos públicos. Este es el origen de las cuatro mazas ceremoniales de plata que conserva el Ayuntamiento.
Siempre han sido usadas en los momentos más importantes y representativos para la sociedad alcalaína. Dos son obra del platero complutense, de principios del siglo XVII, Gabriel de Ceballos, que dio fama a la platería alcalaína junto con los trabajos de Alonso Martínez, Miguel Ruiz y Diego Sánchez Muñoz. La otra pareja es una copia realizada en el siglo XVIII por otro gran platero llamado Mateo Pérez.
Enrique M. Pérez
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