Hace no mucho, quizás lo recuerdes, los vecinos de Alcalá estaban confinados en sus casas, preocupados por una pandemia recién declarada y que hacía estragos entre la población. Y como vía de escape salían cada tarde a las 20:00 horas a sus balcones a aplaudir a los sanitarios por la hazaña de dejarse la piel salvando vidas, muchas veces en condiciones precarias.
Fue un tiempo tan intenso que parece que han pasado años, pero no, solo han pasado algunas semanas.
Sin embargo, ahora todo ha cambiado, y eran tantas las ganas de recobrar la normalidad que hemos salido en tropel a la calle, hasta el punto de que hacemos nuestra vida de manera casi normal, salvo porque usamos mascarillas, y a veces nos olvidamos de lo mal que lo hemos pasado.
Marc, vecino del Ensanche, es uno de los que sufre nuestra inconsciencia colectiva cada día cuando tiene que atravesar metros de guantes y mascarillas tirados en el suelo frente al Mercadona del barrio.
Es solo un ejemplo, puesto que todos hemos visto guantes y sobre todo mascarillas en el suelo. Unos guantes y unas mascarillas por los que hace solo unas semanas éramos capaces de pagar cantidades astronómicas en Amazon, porque no había en todo el país, y de las que pensábamos que dependía nuestra vida.
Y ahora las tiramos a la calle con indiferencia, o dejamos que se caigan que para el caso es lo mismo, como si no nos importase que todos esos virus de los que nos han protegido cuando las llevábamos puestas infecten a un niño pequeño que las coja con la mano…
¿Por favor, se puede saber en qué estamos pensando? ¿Esto es lo que tenemos como sociedad, es lo máximo a lo que podemos aspirar? ¿Debemos pensar que cuando todavía, hoy mismo, siguen muriendo personas en nuestros hospitales, nuestra solidaridad hacia los sanitarios se ha convertido en desprecio hacia la vida de nuestros vecinos, a los que no nos importa que les toque un guante o una mascarilla que hemos tirado con despreocupación homicida?
Nos gustaría pensar que todos esos desperdicios de «alto voltaje» se deben al efecto del viento sobre las papeleras el exterior de ese Mercadona, pero todos hemos visto la misma escena en otras calles, en otros barrios en los que nos hay nada a lo que echarle la culpa.
Desde aquí nos sumamos a la incomprensión y la rabia de Marc, y pedimos un poco de sensatez y de memoria sobre lo que hemos sufrido hace solo cuatro días, de lo que todavía seguimos sufriendo y de lo que -a este paso- nos queda por sufir.
La nueva normalidad de mi casa
El segundo asunto que traemos hoy a debate es bien distinto, aunque comparte con el anterior que es un efecto indeseado del COVID-19.
Nuestro vecino David entiende y comparte las preocupaciones derivadas de la pandemia, y los efectos perniciosos que ha tenido sobre, especialmente, una gran base de pequeños empresarios y autónomos, como es su mismo caso.
Es conocedor del gran daño que para la hostelería ha tenido el cierre forzoso que sus actividades, a las que todavía les falta tiempo para poder funcionar como antes, y las medidas adoptadas para que, de manera excepcional, se amplíen las mesas de las terrazas exteriores para tratar de compensar en parte esas pérdidas.
Lo que no entiende es por qué la normativa obliga a colocar esas mesas justo debajo de su balcón, como denuncia en el vídeo, en lugar de frente al local al que pertenecen donde afirma que molestarían menos.
El mismo David lo explica con claridad meridiana en el siguiente texto enviado a nuestra redacción:
Desde que la crisis sanitaria motivada por la Covid 19 trastorna la normalidad de nuestras vidas, y nos acerca a una desconocida e indefinida nueva normalidad, mucha pequeña empresa se ha visto perjudicada. Quien escribe estas líneas es pequeño empresario, del sector industrial y producción, y que está caminando solo por este sendero de la crisis económica derivada de la sanitaria. Los empresarios de la restauración también son otro de los grupos de los perjudicados. A este grupo, parece que la ayuda se traduce en abrir terrazas, donde antes no las había, para dar más servicios y se mejore así las cuentas de resultados de estos establecimientos. No voy a hablar del papel propagador de las autoridades públicas decidiendo abrir terrazas, más y más terrazas, donde nadie respeta restricciones ni protocolos. El tiempo determinará si los posibles nuevos rebrotes y emergencias, costes en vidas y en ruina económica, en buena parte será consecuencia de las decisiones, y vista gorda posterior de aquellos que hoy deciden por el bien de todos, y que mañana esconderán sus responsabilidades bajo el paraguas de la confrontación ideológica tan poco pragmática para los vecinos como electoralmente rentable en la disputa política. Pero no voy a hablar de esto.
Yo soy vecino de la calle San Diego, una calle tranquila, de mucho tránsito de personas, pero desde que se eliminó el tráfico rodado de vehículos, era una calle tranquila. Las noches de verano, como las de ahora, mis hijos menores, con otros de la calle, jugaban en el entrante de la acera a la altura del número 1, mientras en las casas, de fondo escuchábamos a los niños y le veíamos por los balcones. Algunos bajaban con la cena en bocadillo, y todo resultaba ser un ejercicio de socialización vecinal extraordinario, como los de aquellos años en que nosotros éramos niños. En las casas, se descansaba, se compartía vida en familia, y se abrían las ventanas para que entrara el fresco de la calle, y tratábamos de reponernos de largos y duros días de trabajo y realidad cotidiana. Algunos vecinos decidimos volver al centro, para dar sentido a un concepto de sostenibilidad que también debe incluir retomar conceptos de vida que tengan por objeto evitar contaminaciones acústicas, visuales, y retomar costumbres familiares y de convivencia de siempre. Dejar el coche en el garaje, caminar, comercio de proximidad, respeto vecinal, respeto monumental y patrimonial, valores sociales, etc…
A consecuencia de las medidas excepcionales que el ayuntamiento está aprobando para ayudar a la hostelería, permitiendo la apertura de terrazas con carácter provisional, todo lo anterior no tiene importancia. No importa el descanso de los vecinos, no importa la sostenibilidad de la vida vecinal, no importa nada de lo anterior, solo importa la foto del político afirmando que ellos sí están pendientes de ayudar al tejido empresarial de Alcalá. Y es una decisión sencilla, y sin costes electorales, en definitiva muy bien recibida por todo el mundo. Y la mejor forma, es dando rienda suelta al comportamiento en masa de consumidores ávidos de terrazas, allí donde estén puestas, en cualquier rincón, en cualquier recodo, allí donde el objeto último sea ayudar al tejido empresarial de restaurantes y bares, y lo de menos es gritar más cuanto más alcohol, molestar, recluir a sus vecinos en sus casas a puertas y ventanas cerradas, y a sus hijos, que ahora además de llevar la mascarilla por la calle, la nueva normalidad también es llevarla en casa para que los menores asmáticos como los míos, no perezcan en sus propios domicilios por las columnas de humo de tabaco de consumidores alineados con las decisiones de políticos. No es eso, no. Es ayudar al restaurante y al bar, consumir para ser corresponsables del levantamiento económico de un tejido productivo en problemas. Eso sí que son decisiones valientes, de talla política, de altura de miras, de proyección social y económica a largo plazo… lo es?
La excepcionalidad de la medida consiste en que se permite colocar cuatro mesas en la calle, pero no en frente de su local, el cual no tiene vecinos arriba, sino debajo de mi casa y la de mi vecino, a 20 metros o más de distancia del restaurante. Y yo me pregunto por esta vía de excepcionalidad por la que de forma provisional se dan estos permisos, ¿no podría afectar también a las maneras de gestión de nuestros políticos?, o quizá sería mucha excepcionalidad pedirles pensar y buscar acuerdos con los vecinos, o pensar en no molestar a las familias. La calle San Diego es una calle cortada al tráfico, que se permite la carga y descarga en un horario determinado. Cuando este restaurante por las tardes pone sus cuatro mesas, ya no hay tráfico, excepto el de los garajes. ¿No se podría aplicar la excepcionalidad una vez más, y poner las mesas enfrente mismo de su restaurante acordonando un pequeño espacio no usado de la calzada?. Esto no perjudica a nadie, se beneficia el ayuntamiento que da una solución al empresario (al ayuntamiento no le importa ni motiva el efecto recaudatorio y así entiendo que estarán exentos de pagar los correspondientes tributos), el restaurante puede tener una salida a su crisis, y los vecinos somos menos molestados. Y tampoco estaría de más que se les obligase a las mismas normas de uso que las mesas de interior, a nivel de limpieza de suelos, fumar, etc…, dado que están sustituyendo a las mesas de salón que ahora por distancia social no se pueden montar. ¿No se puede poner la terraza en una calzada cortada al tráfico, pero si debajo de la casa de unos vecinos?, y en caso de ponerlo, ¿El criterio de excepcionalidad no sería el mismo?
De cara a futuro. Es muy poco serio que un ayuntamiento y sus gobernantes no dispongan de una acción estratégica y sostenible de hostelería, con líneas de actuación sobre calidad, formación, urbanismo hostelero, y respecto por el entorno, y que además se integre y coordine dentro de un concepto global de villa que quiere ser referente turístico de interior. Una lástima que nadie se preocupe de estas cosas. Una vergüenza que el corto plazo de los intereses, ya incluso hasta patrióticos, detrás de confrontación de los políticos, no nos permita mira hacia delante, y que prime más las decisiones para que me sigan votando, antes que la prosperidad de los pueblos y sus gentes, el progreso y el futuro. Sin duda son los defectos de los liderazgos de quienes no son líderes.
Por último quiero plagiar a un gran artista que hace grandes viñetas en periódicos de referencia nacional. Además de empresario, soy profesor asociado en la UAH, en donde imparto clases a alumnos de postgrado y de Administración y dirección de empresas en el área de economía de la empresa. Me siento con la obligación de enseñar a los jóvenes lo poco que he aprendido en mi trayectoria profesional. Mañana bajaré al restaurante, y le pediré que me reserve la terraza entera durante al menos dos horas, y cuando me pregunten con extrañeza porque quiero reservar la terraza entera, les responderé que es el único sitio donde puedo reunir a mis alumnos en condiciones de seguridad, para continuar con las clases y la formación de profesionales y librepensadores, con la esperanza que alguno de ellos sí se convierta en ese tipo de líder que son motores de cambio, y que ahora no tenemos.
Saludos.
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