La zona Este de la ciudad, comprendida entre la plaza del Mercado y las puertas de Guadalajara (después denominada de los Mártires) y de las Tenerías (o Aguadores), no demasiado poblada a finales del siglo XV y con muchos espacios libres, fue la elegida por el cardenal Cisneros para asentar el barrio académico o universitario, en el que además de los colegios, se instalaron las casas de los profesores y las industrias al servicio de la universidad (imprentas, librerías, tintes…).
El proyecto de Cisneros dividía la zona en 18 «yslas» con una disposición en cuadrícula, conformada por una serie de calles ortogonales, siendo el centro de este nuevo barrio la isla n° 1, ocupada por el colegio Mayor. Paralelas a esta se abrían dos calles, la de Libreros y la de Roma (hoy de los Colegios), prolongación natural, a su vez, de las calles Mayor y Santa Úrsula, que desembocaban en las referidas puertas.También habla una salida por el Norte a la puerta de Santiago (antes de los Judíos) por la calle del Tinte y otra al Sur, a la puerta Nueva por la calle del Teatro (actual Santo Tomás), abierta con motivo de la entrada triunfal del cardenal Cisneros tras la conquista de Oran.
Ciudad Universitaria: división en ‘yslas’ de la zona universitaria en 1564
Con el tiempo en esta zona también se erigió algún convento de religiosas, del mismo modo que, ante la falta de espacio suficiente, algunos colegios de fundación particular se establecieron fuera del recinto universitario, en los barrios medievales (bien en el cristiano, bien en los antiguos de la aljama o judería y de la morería).
Conviene empezar el recorrido desde la plaza de Cervantes, límite y frontera entre la ciudad medieval y la renacentista, recorriendo la calle de Libreros para pasar a la de los Colegios y regresar al punto de partida.
Calle de Libreros
En la acera de los impares (izquierda) en un edificio ocupado hoy por una entidad bancaria, encontramos una placa que nos recuerda que en ese lugar se alzó el taller de imprenta de Blas de Robles, en el que se imprimió la primera edición de «LaGalatea»de Miguel de Cervantes, en 1585.
Algo más allá, en la misma acera y haciendo esquina con la calle de Nebrija, uno de los numerosos colegios universitarios de iniciativa particular, en este caso el Colegio de Santa María de Regla y de los Santos Justo y Pastor o de León, fundación del obispo de la diócesis leonesa, don Francisco de Trujillo, en 1586, para 16 estudiantes de Teología.
Muy transformado en el siglo XIX, en la actualidad alberga la Escuela de Postgrado de la Universidad de Alcalá.
A continuación, el Colegio de San Felipe y Santiago o «del Rey», inicialmente conocido como «del Príncipe», ya que fue fundado por Felipe II en 1550 para estudiantes de Teología, Cánones y Jurisprudencia. Tras ser coronado rey adoptaría el que sería su nombre definitivo.
La fachada, enmarcada por dos torreones, se atribuye a Juan Gómez de Mora, campeando sobre el frontón de su portada de piedra granítica un elegante escudo de los Austrias y una inscripción referida al patronazgo del rey Felipe III. El claustro fue realizado, según reza una inscripción, por José Sopeña en 1696 en estilo herreriano, con columnas de piedra berroqueña de orden toscano.
Rector de este colegio fue el famoso humanista Ambrosio de Morales y estudiaron en sus aulas personajes como Antonio Pérez, el famoso y controvertido secretario de Felipe II, y Francisco de Quevedo que en su «Vida del Buscón», reflejó con acida maestría la vida universitaria complutense. Este noble edificio es desde 1991 sede del Instituto Cervantes, institución creada por el Estado para la promoción de la Lengua Castellana y la cultura española en todo el mundo. El claustro es visitable al usarse sus galerías como sala de exposiciones temporales.
De regreso a la calle de Libreros nos encontramos la espléndida fachada de lo que fue Iglesia de la Compañía de Jesús, actual Parroquia de Santa María, construida bajo el patronazgo de doña Catalina de Mendoza y Mendoza según planos del arquitecto Bartolomé de Bustamante entre 1602 y 1625. De la imponente fachada de piedra berroqueña destacan los estilizados pináculos de los extremos, la columnata y las estatuas de san Pedro (decapitada) y san Pablo en las hornacinas del primer cuerpo y las de san Ignacio y san Francisco Javier del superior, esculpidas por el portugués Manuel Pereira en 1624.
La iglesia responde al clásico modelo de templo congregacional y está inspirada en la del Gesú de Roma, realizada por Vignola y Della Porta. Es de planta de cruz latina, con capillas laterales intercomunicadas y gran cúpula en el crucero.
El magnífico retablo es obra del hermano Francisco Bautista y fue realizado entre 1618 y 1629. Algunos de los lienzos originales del retablo, debidos a Angelo Nardi, se trasladaron a Madrid en el siglo XIX, sin que sepamos su paradero actual; otros fueron destruidos antes del inicio de la Guerra Civil.
Y junto a ella el gran edificio del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, así denominado por ser el más importante que tenían los jesuítas en la provincia de Toledo. Fue creado este colegio para la formación de los religiosos de dicha orden por Francisco de Villanueva, con el patrocinio de doña Leonor de Mascareñas y de las infantas María y Juana de Austria, en 1546. Tras varias ubicaciones diferentes, en 1602 terminaron estableciéndose en este emplazamiento. La fachada del colegio fue realizada por el arquitecto real Melchor de Bueras entre 1660 y 1690, destacando por su severa grandiosidad y por la novedad de incorporar el balcón principal en la portada.
En el interior se conserva una magnífica escalera de tipo imperial trazada por el arquitecto Ventura Rodríguez en 1779 y dos claustros barrocos de ladrillo. Tras la expulsión de los jesuítas sirvió como sede de la Universidad durante algunos años y posteriormente se utilizaría como acuartelamiento militar. Tras su rehabilitación, con algunas intervenciones bastante dudosas y faltas de respeto a su pasado (cubrición de un claustro, demolición del aula magna, etc.), es desde 1992 sede de la Facultad de Derecho.
Llegamos a lo que fue una de las puertas principales de la ciudad, la de Guadalajara, que muda en 1568 su nombre por el de los «Mártires», en recuerdo de que por esta puerta accedieron en su retorno a la ciudad las reliquias de los santos niños Justo y Pastor, patronos de Alcalá. Demolida a mediados del siglo XIX, se encontraba inserta en un torreón, seguramente del último cuarto del siglo XIV, que se erigía algo antes de la plazoleta conocida popularmente como de los «Cuatro Caños», por la fuente que se alza en ella. Fuente viajera, que estuvo inicialmente en la plaza de Cervantes hasta su traslado en 1874 a la de San Diego, para terminar en 1949 este lugar, si bien la que hoy vemos no es la original, estúpidamente destruida en 1969 sino una réplica, realizada en 1991
Ya de regreso, por la acera de los pares nos encontramos, haciendo esquina con dicha plazuela, el edificio, transformado en el siglo pasado en casa de vecindad, de lo que fue Colegio de Santa Catalina Mártir o de los Verdes, conocido por este nombre por el llamativo color del manto de sus colegiales. Debe su fundación al patronazgo de doña Catalina de Mendoza y Cisneros y data de 1586. Del edificio primitivo aún se conserva en el zaguán un escudo policromo de la fundadora, la portada de piedra reinstalada en el interior del patio, así como varios pilares de piedra que conformaban el claustro, embutidos en los muros. En lo que fue la capilla del colegio, en cuya restauración se supo conservar con acierto algunos elementos originales, destacan la cúpula barroca con emblemas heráldicos de su fundadora y la linterna con su chapitel. En la actualidad está ocupada por un establecimiento de hostelería.
En dirección a la plaza de Cervantes, tomamos a la izquierda la calle de las Beatas, donde se alza el Monasterio de las Clarisas de San Diego. En el inmueble, que durante los siglos XVI y XVII albergó a la imprenta de la universidad, doña Catalina García Fernández fundó en 1671 el Colegio de Doncellas Pobres de Santa Clara, posteriormente convertido en beaterío y, después, en este monasterio de franciscanas.
El edificio sufrió hace algunos años una radical reforma en su interior conservándose tan sólo la fachada revocada -que más lo asemeja a una misión colonial americana que a un austero convento de Castilla-, con los escudos de Cisneros, la graciosa espadaña y la imagen del titular (el lego franciscano san Diego de Alcalá) en la hornacina.
Convento de las Clarisas de San Diego
Pero no es en esta ocasión la historia o el arte lo que convierte en obligada la visita a este convento, sino algo bien distinto. Sus religiosas elaboran de forma artesanal una de las señas de identidad complutense: las almendras «garapiñadas» (con una sola «r») de Alcalá, que el visitante podrá adquirir a través del tradicional torno. Junto con las rosquillas de Alcalá y la costrada, conforman el triángulo de oro de la pastelería y confitería complutense, afamada desde el siglo XVI.
Delante de la fachada una estatua del arzobispo de Toledo y señor de Alcalá y su Tierra, Alonso Carrillo de Acuña, fundida en bronce en 1987 por el escultor Santiago de Santiago. En la base la reproducción de un relieve que se encontraba junto a su enterramiento y al de su hijo Troylo y que representa aun pelícano picándose el pecho para con su sangre dar de comer a sus hijos y una enigmática leyenda, que ha dado lugar a muy diversas interpretaciones: «Si el alma no se perdiera, lo que esta abe hiziera«.
Alonso Carrillo de Acuña (Arzobispo de Toledo, 1446-1482)
Más información sobre la Ciudad Universitaria
Este texto está extraído de la guía turística Alcalá Patrimonio Mundial, publicada en marzo de 2015 por la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, redactada por el cronista oficial de la ciudad M. Vicente Sánchez Moltó e ilustrada con fotografías de Pilar Navío. Texto reproducido aquí con la autorización expresa de la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento de Alcalá de Henares. Fotografías propias.
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