Oímos peor con las mascarillas, pero su uso generalizado entre la población está revelando problemas de audición que no se detectaban antes de la pandemia. «Las mascarillas ponen en evidencia pérdidas auditivas que antes de la COVID-19 pasaban desapercibidas a los pacientes, que no sentían la necesidad de acudir a consulta por esta causa”, asegura la doctora Nieves Mata, Jefe del Servicio de Otorrinolaringología del Hospital Universitario de Torrejón, perteneciente a la red sanitaria pública de la Comunidad de Madrid.
La doctora Mata explica que son muchos los pacientes de entre 50 y 60 años que acuden a la consulta “porque han notado una pérdida de audición al no poder leer en los labios ni predecir conversaciones en las que antes se manejaban sin problemas”. “También está pasando con niños, que tienen más dificultad a la hora de entender a los profesores en el colegio porque llevan la mascarilla cuando explican”, añade.
Las mascarillas dificultan, y mucho, la transmisión del sonido al cubrir la boca. “Con su uso, se atenúan los sonidos por encima de 2.000 Hertzios (Hz), disminuyendo entre 2 y 4 decibelios (dB) con la mascarilla quirúrgica y hasta 20 dB con las pantallas”, explica la doctora Mata, que añade que según un estudio realizado en pacientes COVID ingresados, “la pérdida de la inteligibilidad en los pacientes que tienen pérdida de audición se relaciona en mayor medida al no poder leer los labios (56%) más que al hecho de que el habla esté amortiguada al utilizar las mascarillas o pantallas (44%)”.
Este elemento, que se ha demostrado muy eficaz en la prevención de contagios en esta pandemia, no solo frena la transmisión del sonido, sino que también limita la expresión facial. “Y el paciente con pérdida auditiva no puede reconocer expresiones de enfado o la sonrisa durante la conversación”, lo que, según explica el jefe de Otorrinolaringología del Hospital Universitario de Torrejón, “reduce la percepción de las emociones y, aunque las conversaciones sean posibles, se vuelven menos empáticas”.
La doctora Mata destaca también cómo afecta de manera diferente esa pérdida de audición a los pacientes, en función de la información que tienen que escuchar y entender. “El impacto subjetivo en las personas con pérdida de audición es mayor cuando la información que recibe es más importante, como en un diagnóstico médico, cuando el individuo no está familiarizado con la voz de la persona que le habla o cuando no es capaz de predecir el contenido de la conversación. Por ejemplo, si en una actividad cotidiana una persona que no conoce le hace una pregunta inesperada”, explica.
Los especialistas del Hospital Universitario de Torrejón recomiendan acudir al médico si los pacientes notan una pérdida de audición que les obliga a repetir preguntas o creen que influye en sus conversaciones. Y en el caso de los menores, si detectan que el niño rinde menos en el colegio o pregunta “qué” en demasiadas ocasiones, porque parece no oír bien. Además, “deberían acudir al especialista aquellos casos de pérdida auditiva diagnosticada y, como medida preventiva, las personas que se exponen a ruidos intensos en el trabajo y aquellos que vayan a ser sometidos a tratamientos farmacológicos que produzcan toxicidad en el oído interno”. En todos esos casos, explica la doctora Mata, “se realiza una audiometría tonal en cabina insonorizada para detectar el umbral de audición, explorando frecuencias graves y agudas (desde 125 Hz a 8000 Hz) a intensidades diferentes”. Esta prueba permite dibujar una línea en la gráfica de la audiometría que indica a qué intensidad hay que emitir un sonido para que el paciente lo oiga en cada frecuencia explorada.
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