Aunque a finales de los años sesenta del siglo XX los alfares complutenses apagaron definitivamente sus hornos y los tornos dejaron de girar, las familias alfareras continúan manteniendo viva, con inmenso cariño, esta hermosa tradición heredada de sus antepasados.
La Misa fue oficiada el pasado domingo 21 de julio por el sacerdote salesiano P. Atanasio Serrano López en la parroquia de San José. Aunque el calendario litúrgico señala el día 17, siempre se traslada al domingo más cercano. Durante su homilía, el P. Serrano recordó la valentía de estas dos hermanas vírgenes y mártires, Justa y Rufina, mártires de finales del siglo III, que prefirieron enfrentarse al Imperio Romano antes que renunciar a la fe cristiana.
Su ejemplo nos recuerda mucho al ofrecido por los patronos de Alcalá, los Santos Niños Justo y Pastor. De hecho, ambos martirios fueron prácticamente contemporáneos, pues se produjeron durante el reinado del emperador Diocleciano (284-305).
En el presbiterio fue colocado el estandarte de la Hermandad, fechado en 1897, y que representa a las santas con vasijas a sus pies y la torre de la Giralda y el río Guadalquivir al fondo. Al terminar la celebración eucarística, como todos los años, tuvo lugar el traspaso de la vara y el estandarte de la hermana mayor saliente, Andrea Rebollo González (representada por su abuela Manuela López Guillén) a la hermana mayor entrante, Elena Sáez Vivas.
Después, los socios se trasladaron a un cercano restaurante, donde compartieron un entrañable ágape mientras se pasaban al cobro las cuotas anuales de la Hermandad, dirigida desde hace años por Santiago Vivas Gago como secretario y Mariano López Guillén como tesorero. Con el alta del niño José Antonio Justo López Martínez, nacido el pasado 27 de marzo, el número de hermanos asciende hoy a cincuenta y seis.
Desde hace siglos, en la ciudad ha sido muy fuerte la presencia de la artesanía del barro. Los últimos alfares fueron los de las familias Blas y Guillén (en la calle Don Juan I) y el de la calle Vaqueras. La industria del plástico, extendida desde la década de 1970, hizo inevitable el cierre de estos talleres de artesanía. Algunos complutenses, los de edad más avanzada, recordarán el característico olor y la espesa humareda procedente de los hornos donde se cocían macetas, caperuzas, cántaros, botijos, barreños, tubos sifónicos, huchas, campanillas de San Isidro, chimeneas,… Todo hecho a mano.
La fiesta se desarrolló en un agradable y alegre clima familiar, teniendo muy presentes a los alfareros que ya no están físicamente entre nosotros.
Crónica de: Miguel Ángel López Roldán
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