Las Almendras de Alcalá están documentadas desde al menos el siglo XVIII, son seguramente de origen árabe, y son famosas tradicionalmente como embajadoras gastronómicas de Alcalá.
Las Almendras de Alcalá están hechas con almendra y un almíbar de azúcar tostado.
Es una receta simple pero exquisita, y que usan con maestría las monjas de clausura del Convento de las Clarisas de San Diego, también llamadas “almendreras”.
Las Clarisas se dedican a su confección desde tiempo inmemorial, y también son conocidas como “las Diegas de Alcalá”, por ser San Diego de Alcalá su patrón.
Consejo
Las Almendras de Alcalá se pueden conseguir en muchas pastelerías de la cuidad, pero lo más tradicional es acudir al Convento de las Clarisas de San Diego, en pie desde el siglo XVII (1670).
La tradición y el respeto a las monjas de clausura dicta que para comprarlas ni siquiera se vea a la monja que las vende, puesto que la transacción se realiza a través de una ventana de madera giratoria. Primero tendrás que depositar el dinero y ellas te devolverán la cajita correspondiente con las preciadas almendras.
El torno y los azulejos
Cuando estés en Alcalá y quieras llevarte este riquísimo souvenir de la ciudad, sólo tienes que acercarte, en pleno centro, a la calle Beatas, esquina con la plaza de San Diego -donde se encuentra la Universidad-. Allí está el Convento de las Clarisas de San Diego, un modesto edificio de fachada revocada, delante de la que se encuentra la estatua del arzobispo Alonso de Carrillo.
Comprar las Almendras de Alcalá o almendras garrapiñadas es todo un ritual, porque estás comprando en un convento y no en una tienda convencional. Primero traspasarás el portón de madera de la entrada, para acceder a una antesala cubierta de azulejos. Observarás un ventanuco que no permite la vista al interior. Encima podrás ver el muestrario de todos los tipos de cofres, cajas y envases, de madera, cartón o plástico y tamaños y pesos, junto a los precios.
Llamarás y a través de la pequeña ventana de madera o torno, porque es giratoria; harás tu pedido, lo recibirás y entregarás el pago, sin ver el rostro de la monja que te lo da, porque son monjas de clausura.
Comprar aquí estas Almendras de Alcalá no es sólo un gesto comercial, sino que es algo en lo que resuena el eco de la tradición de los conventos de Alcalá, en esta placita tranquila desde la que se ve la portada de la Universidad cisneriana.
¿Almendras garrapiñadas o garapiñadas?
Dice el castellano que la palabra la hace el que la usa. A lo largo de los años, los complutenses siempre hemos dicho ‘Garrapiñadas’ (con dos erres), por tanto podemos considerarla como una fórmula correcta por el uso.
Pero nuestras almendras se cocinan garapiñándose (una erre) y de ahí su verdadero nombre. Los alcalaínos pata negra lo dicen y en las cajas donde las Clarisas vendían sus productos especificaban claramente ‘Almendra Fina Garapiñada’
La receta del siglo XVIII
“Garapiñar” es bañar en un líquido que hace grumos, y en el caso de las almendras garrapiñadas, en un almíbar que se seca y recubre al fruto seco.
Es una receta sencilla, en la que hay que tener cuidado de que no recibir salpicaduras del almíbar, muy dolorosas, para lo que es útil el uso de guantes o similares. La tradición recomienda prepararlas en una sartén u olla de cobre, porque se “pegan” menos al recipiente.
Esta es la receta tradicional del maestro confitero Juan de la Mata, en su famoso libro “Arte de Repostería”, de 1747: “Se tomará una libra de Almendras, sin mondar de la segunda tela, y poniéndolas en un paño, o servilleta, que esté algo áspera, doblando dicho paño, de fuerte, que no falten fuera, y meneándolas bien, para que estén bien limpias del polvillo, se echarán en media libra de Azúcar clarificado, dejándolas cocer hasta punto del Soplo; apartándolas, se menearán con una cuchara de palo, hasta tanto que las Almendras y el azúcar haya quedado seco; se volverán al fuego, no muy fuerte, y se continuará moviéndolas por todos los contornos, y mudando el Perol, o volviéndole, para que se bañen, y reciban el Azúcar, hasta que ellas mismas crujan. Entonces estarán ya secas y se podrán guardar o servir. Se pueden hacer del color que se quiera echando el colorante al tiempo que se comienzan a secar”.
Convento de las Clarisas de San Diego
Las deliciosas almendras garrapiñadas se confeccionan en el convento o monasterio de las Clarisas de San Diego, que fue fundado en el año 1671 por doña Catalina García Fernández. Era la menor de los cinco hijos de don Bartolomé García y doña Catalina Fernández, nacida en Santorcaz en 1639, se quedó huérfana de madre ese mismo año.
Por eso se hizo cargo de ella su tía, María Fernández, la cual vivía en una casa parte del actual Convento. Catalina García contrajo matrimonio a los quince años, tuvo tres hijos y enviudó en 1662.
A partir de ese momento intentó ingresar en alguno de los tres conventos de franciscanas existentes en Alcalá; si bien, no fue hasta 1665 cuando entra en el Convento de los Franciscanos con los hábitos de la Tercera Orden de la Penitencia, eligiendo el nombre de Catalina de Jesús y San Francisco.
En 1671 creó un colegio para jovencitas en una parte de la vivienda que su tía María Fernández le cedió para tal fin. El colegio se llamó de Doncellas Pobres de Santa Clara. Posteriormente el colegio fue beaterio (por eso la calle se llama Beatas) y después el monasterio que ahora alberga.
En la fachada del convento, cuyo principal rasgo arquitectónico es la sencillez de líneas, destaca la imagen de San Diego de Alcalá, que fue canonizado por Sixto V en 1568. Tiene una cruz y flores milagrosas en las manos, que no se ven muy bien debido a que está protegida con una rejilla metálica.
El cuerpo del santo fue sacado de su urna de plata en la iglesia Magistral (actual Catedral Magistral) y depositado aquí para limpiarlo en 1967.
Otro elemento importante, sobre la puerta principal, es el escudo del Cardenal Cisneros. Este escudo se halla aquí debido a que en aquellas casas que María Fernández, tía de Catalina, cedió al Colegio, estaban instalados los talleres de la imprenta de la Universidad fundada por el cardenal, algo que ha motivado que los historiadores piensen que aquí se pudo imprimir la famosa Biblia Políglota Complutense.
En el exterior, en la plazoleta, antes de seguir tu paseo, puedes sentarte en alguno de los bancos de piedra y contemplar la estatua en bronce del Arzobispo Carrillo, que fue realizada por el escultor Santiago de Santiago en 1987… mientras saboreas unas almendras garrapiñadas de las Clarisas.
Las almendras garrapiñadas en la literatura
Las almendras garrapiñadas de Alcalá tienen fama en toda España, y por eso son citadas por más de un escritor reconocido. Por ejemplo, son mencionadas en la novela fundamental de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX, “El Jarama”, de Rafael Sánchez Ferlosio: «Pero por esta parte no tenemos más que la almendra garrapiñada, en Alcalá de Henares. ¡Claro, por Dios! ¡Las almendras! ¡Anda y que no son famosas! ¡Ya lo creo! Esas tienen usía. Las almendras de Alcalá«.
Y el escritor y periodista Luis Carandell habla de ellas en su libro “El expreso de Madrid”, donde cuenta lo siguiente: “¡Almendras garrapiñadas! ¡Almendras de Alcalá!” El grito del vendedor de la estación de Alcalá de Henares era como un premio para el viajero que habla pasado Ia noche en el tren. Faltaba ya muy poco para llegar a la estación de Atocha. Hacia fines de los años cuarenta cuando yo, como estudiante barcelonés en Madrid, empecé a frecuentar los vagones de segunda del que entonces se llamaba “Expreso de Madrid”, ese viaje era una verdadera expedición.
(…) Las fondas de las estaciones del trayecto ofrecían una gran variedad de productos locales: almendras garrapiñadas de Alcalá, bizcochos borrachos de Guadalajara…”
La opinión el turista:
Almendras de Alcalá
Brian, Utah, EE.UU.
Aparte de la Universidad de Alcalá y de ser el lugar de nacimiento de Miguel de Cervantes (el autor de El ingenioso Don Quijote de la Mancha), Alcalá es también conocida por sus almendras garrapiñadas. Almendras glaseadas.
Se pueden comprar en cualquier tienda en la ciudad. Pero las mejores son las del Convento de las Clarisas de San Diego, al lado de la Universidad. Es un convento de monjas de clausura (lo que significa que no pueden tener ningún contacto con el mundo exterior), por lo que han desarrollado una forma muy astuta para poder vender las almendras garrapiñadas. Cruzas una puerta y entras en una habitación pequeña. Hay una campana y una especie de ventana giratoria. No se puede ver el otro lado de la ventana. Debes llamar al timbre y esperar a que la monja llegue al otro lado de la ventana. La contraseña es «Ave María Purísima». La respuesta de la monja será «Sin Pecado Concebida». Luego le dices que tamaño de la caja de almendras que deseas. Debes pone el dinero sobre la mesa giratoria, la monja le da la vuelta y BAZINGA! Consigues tus deliciosas almendras.
Las monjas usan el dinero para financiar su convento. Y tú consigues unas deliciosas almendras de la forma más barata. Es una combinación ganadora.
En resumen: «Ave María Purísima» = deliciosas almendras.
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